A esa “oportunidad histórica” de las clases burguesas le corresponde (y no podría dejar de corresponderle), una oportunidad histórica de las clases trabajadoras (incluso de sus sectores desposeídos más marginados). La “revolución burguesa atrasada” provocará —quiéranlo o no las elites económicas, políticas y militares de las clases burguesas— un ensanchamiento del espacio histórico de las clases trabajadoras y tendrá que abrir un espacio político creciente, por lo menos para el arbitraje de divergencias entre el capital y el trabajo y para la maduración de “movimientos radicales tolerados” (en realidad, estimulados como alternativas para desplazar a los jóvenes de los confl ictos ideológicos y a los obreros de la lucha de clases). Por este camino se delinea una situación histórica que tiene puntos de contacto con las viejas sociedades industriales europeas. Los proletarios y los trabajadores del campo podrán tener un acceso cada vez mayor al uso libre de medios de organización que son típicos del trabajo libre. Por lo tanto, el surgimiento y la maduración de la clase en sí y el desarrollo independiente de la clase en sí constituyen una realidad histórica ineludible. No se sabe a dónde nos llevará esto, pues bajo el desarrollo capitalista autosostenido (y con una base móvil de riqueza, robada a las colonias de varios tipos) las clases burguesas disponían de un espacio histórico y político para modifi car sus relaciones con el movimiento obrero, sindical y socialista. Por otro lado, es imposible anticipar el comportamiento colectivo de las clases trabajadoras, cómo van a reaccionar al condicionamiento psicológico en la industria y fuera de ella. Por eso, es imposible evaluar cómo se relacionará el movimiento proletario en América Latina con los cambios sociales progresivos en marcha, unos de tipo capitalista, otros de naturaleza socialista. El inmenso esfuerzo de cooptación externa, a través de sindicatos, partidos y órganos de comunicación masiva, podrá o no producir los resultados esperados. Por otro lado, la formación de una aristocracia obrera podrá o no provocar efectos equivalentes al servilismo sindical. En realidad, lo esencial es que éste es un momento de opción histórica para las clases trabajadoras y para sus grupos o movimientos de vanguardia. La oportunidad que han tenido los estamentos señoriales o privilegiados en las luchas contra la dominación metropolitana y por la Independencia comienza a confi gurarse para los de abajo. Ellos podrán entrar en las corrientes históricas de defensa del capitalismo, engrosando las fi las de la contrarrevolución abierta o disimulada. Pero también podrán avanzar directamente en la dirección de las corrientes históricas de nuestra época, que llevan al socialismo y a un nuevo patrón de civilización.
Dadas las proporciones de la masa de desheredados y el carácter concentrador de la riqueza y de la participación cultural que el capitalismo monopolista está asumiendo en la periferia (por supuesto que la intensidad aterradora de la concentración por el momento es circunstancial, pero también es previsible que el capitalismo monopolista dependiente necesitará mucho tiempo para diluir la tendencia a la hiperconcentración), lo que se puede imaginar es que las clases burguesas enfrentan difi cultades insuperables. Ellas no pueden repartir la torta entre el centro y la periferia y, dentro de la periferia, entre apetitos tan diversos, y aún contar con alternativas para superar históricamente el dilema económico del capitalismo en América Latina. Es decir, el carácter de eslabones débiles no sólo se preserva, sino que se fortalece. El desarrollo desigual y combinado podrá manifestarse dentro de un juego de apariencias ilusorio. A pesar de ello, los “polos insatisfechos” tenderán a salirse del camino y buscarán su propia trayectoria. Quienes buscan el consenso por la cooptación y por la falsifi cación de la realidad acabarán enfrentándose a la realidad cruda: una era de lucha de clases, que pondrá a la violencia organizada al servicio de las clases trabajadoras del campo y de las ciudades. Aunque esa era, al principio, pueda ser compatibilizada con la “reforma del capitalismo” (como ya sucedió antes, bajo revoluciones burguesas “clásicas”), a mediano o a largo plazo ella tendrá que saltar por sobre sus ejes menores, volverse anticapitalista primero y socialista después.
Dadas las proporciones de la masa de desheredados y el carácter concentrador de la riqueza y de la participación cultural que el capitalismo monopolista está asumiendo en la periferia (por supuesto que la intensidad aterradora de la concentración por el momento es circunstancial, pero también es previsible que el capitalismo monopolista dependiente necesitará mucho tiempo para diluir la tendencia a la hiperconcentración), lo que se puede imaginar es que las clases burguesas enfrentan difi cultades insuperables. Ellas no pueden repartir la torta entre el centro y la periferia y, dentro de la periferia, entre apetitos tan diversos, y aún contar con alternativas para superar históricamente el dilema económico del capitalismo en América Latina. Es decir, el carácter de eslabones débiles no sólo se preserva, sino que se fortalece. El desarrollo desigual y combinado podrá manifestarse dentro de un juego de apariencias ilusorio. A pesar de ello, los “polos insatisfechos” tenderán a salirse del camino y buscarán su propia trayectoria. Quienes buscan el consenso por la cooptación y por la falsifi cación de la realidad acabarán enfrentándose a la realidad cruda: una era de lucha de clases, que pondrá a la violencia organizada al servicio de las clases trabajadoras del campo y de las ciudades. Aunque esa era, al principio, pueda ser compatibilizada con la “reforma del capitalismo” (como ya sucedió antes, bajo revoluciones burguesas “clásicas”), a mediano o a largo plazo ella tendrá que saltar por sobre sus ejes menores, volverse anticapitalista primero y socialista después.
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