BLOQUE ZONA LIVRE em Construção

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sexta-feira, 27 de março de 2009

11ª Parte - REFLEXIONES SOBRE LAS REVOLUCIONES INTERRUMPIDAS


LOS LÍMITES DE LA “TRANSFORMACIÓN CAPITALISTA”

Durante mucho tiempo prevaleció la idea de que el desarrollo capitalista podía producir esultados similares en cualquier parte, dependiendo del “período” en el que se encontrara y de su “potencialidad de maduración” o de alcanzar una “forma pura”. Esta ilusión podría ser mantenida incuestionablemente enalgunos países de Europa y fue ampliamente compartida en los Estados Unidos; su difusión formó parte del proceso de colonización, de transferencia de la ideología dominante en las naciones capitalistas hegemónicas, y se fortaleció con el crecimiento controlado desde afuera de la modernización. El historicismo, aun dentro de la economía, no contribuyó a atenuar la vitalidad de dicha ilusión, porque él mismo constituía una respuesta burguesa a los productos fi nales del progreso, forjado por la civilización moderna. En las corrientes revolucionarias del socialismo, la cuestión no se planteaba de la misma manera, pues el esplendor
de la civilización moderna se ha debido, entre otras cosas, a la explotación de los pueblos coloniales. Sin embargo, por aquí penetraba una ilusión moderada: se suponía que aquella civilización, que les llevaba a los “pueblos atrasados” o “débiles” los grilletes de la esclavitud económica, obtendría la posesión de los mismos pueblos y los ayudaría a destruir a sus verdugos. Recién con la modifi cación del modelo de desarrollo del capitalismo, cuando la dominación fi nanciera e imperialista se defi ne en toda su extensión y profundidad, los teóricos del socialismo revolucionario pusieron en ecuación las respuestas correctas, aunque la demostración de que las nuevas corrientes de la historia no estaban totalmente atadas a los determinismos de los macrodinamismos de la civilización capitalista aún dependiera de las revoluciones proletarias. Aquéllos tendrían que manifestarse, pero de formas y según cuadros históricos que no eran determinados desde las naciones más poderosas del capitalismo avanzado.

No tendría sentido dedicarle aquí un espacio mayor a este aspecto del tema. Lo que importa señalar es que la referida ilusión cumplía una función histórica clara en la periferia del mundo capitalista, cualquiera fuese su período en el proceso de colonialismo y de modernización controlada. Aquélla abría las rupturas a la luz de un orden ideal, que se construiría gracias al —y a través del— mismo desarrollo capitalista y del modo de compartir el patrón de civilización que lo hacía posible. Este orden ideal contenía un signifi cado constructivo, ya que fomentaba las “rebeliones idealistas” (y, a veces, “espiritualistas”) de los sectores más inquietos de las elites de las clases dominantes de los países periféricos; no pocas veces se han producido confl ictos con presiones de abajo, que han comprometido la insatisfacción de grandes masas humanas. No obstante, donde las mismas elites de los estamentos dominantes controlaron el proceso de ruptura con el colonialismo, esto no podría suceder —las rupturas más profundas fueron arrojadas hacia un futuro remoto, hacia una época en la cual las rebeliones tendrían que nacer de los propios movimientos de masas y de las luchas de clases—, así que las tragedias de las naciones capitalistas centrales comenzaron a ser vividas, con atrasos considerables, como comedias de las naciones capitalistas periféricas. Parecía que el arranque providencial dependería de otro factor, como la prosperidad de la agricultura y el volumen de la exportación, el orden jurídico, la organización nacional, la expansión de ciudades industriales y la industrialización de porte, la educación, la salud pública, los gobiernos esclarecidos, la planifi cación a escala nacional, el desarrollismo, la explotación de las riquezas nacionales, los gobiernos fuertes modernizadores, una asociación articulada con el imperialismo, etc. La gran ventaja de la ilusión es que la misma era una especie de hidra con muchas cabezas. Cuando una esperanza era degollada, enseguida surgían otra u otras esperanzas como parte de un proceso de comunicación selectiva, organizado en el exterior y graduado con el fi n de vitalizar las ilusiones burguesas, algunas veces con recursos de los pobres países periféricos, invertidos en organismos internacionales, continentales o “nacionales”. Fuera de estos aspectos, la infl uencia psicocultural que está siendo debatida provocaba efectos útiles. El más importante consistía en crear en las burguesías heterónomas o dominadas una falsa conciencia social de autonomía universal (hacia adentro y hacia afuera). Varios emprendimientos se hicieron posibles gracias a ese efecto de ilusión, hayan o no hayan sido realizados en “colaboración” con intereses y fuerzas económico-culturales externos. Otro fue designado por un ensayista brasileño, Oliveira Viana, como el “idealismo constitucional”. Las ilusiones ayudaban a concebir el orden jurídico-político “perfecto”. Por supuesto, nada era hecho con total seriedad (en términos de autoafi rmaciones que excedieran la situación de intereses de las clases dominantes). Sin embargo, se abrían resquicios para la difusión de ideales que tuvieran su signifi cado en la polarización radical de las generaciones jóvenes y en el fomento de la inquietud social de las masas oprimidas. Por último, se deben considerar las incidencias “humanitarias” e “iluministas”, en la esfera de la educación, de la difusión de valores democráticos, de la salud pública, del nacionalismo como fuerza suprema, etc. Los fracasos no deben impedir que se reconozca el terreno ganado. Grupos relativamente pequeños, pero con audiencia, se desprendían del “monolitismo conservador” y se dedicaban a la defensa de una modernización hecha con ingredientes externos, pero concebida y madurada desde adentro. Lo malo es que globalmente la ilusión se cerraba sobre sí misma y no ayudaba a que las inteligencias críticas o rebeldes se volvieran críticamente hacia la forma de desarrollo para que concentraran su afán modernizador o innovador en la elección de “medios posibles” o “accesibles”. Tal era la confi anza en que, a largo plazo, “todos no estarían muertos”: la revolución burguesa se liberaría de sus amarras históricas, rompiendo resistencias, carencias y obstáculos, y haría que la periferia pudiera disfrutar la plenitud de la civilización moderna.

quarta-feira, 11 de março de 2009

9ª PARTE - REFLEXIONES SOBRE LAS REVOLUCIONES INTERRUMPIDAS

, por Florestan Fernandes

La tendencia al envilecimiento del trabajo y del trabajador podría ser corregida por la incorporación de las faenas rurales al mercado o, indirectamente, por el desvío de una gran masa de trabajo del sector rural hacia el urbano. Esas variaciones no ocurrieron en los países en los que la situación neocolonial se prolongó indefi nidamente, y se presentaron de modo débil en los países que lograron absorber las transformaciones inherentes al capitalismo dependiente. En esos países, sólo tardíamente la universalización del mercado de trabajo alcanzó al campo, si bien lo ha hecho de modo parcial y deformado, ya que siempre persistía, de algún modo, el “residuo colonial” en la esfera del trabajo agrario.

Es obvio que el principal efecto de esa tendencia histórica afecta a la masa de los trabajadores agrarios, excluidos del mercado o que pasan por el mercado de manera asistemática: a la exclusión económica parcial o total corresponde la exclusión de todos los derechos y garantías sociales típicos de la sociedad burguesa. Por lo tanto, los términos de la ecuación son la exclusión de la posibilidad de organizarse como clase en sí, de un desarrollo como clase independiente y de la capacidad legal o de hecho para la lucha de clases. Esa es la base morfológica no sólo de la deshumanización de la persona del trabajador agrícola, sino también del empleo sistemático de técnicas sociales paternalistas, legales o policial-militares destinadas a convertir la exclusión parcial o total en capitulación pasiva y en apatía provocada y dirigida desde arriba. La dualidad ética, infi ltrada de esta forma en las relaciones de dominación, excluye a “los de abajo” de la condición de miembros de “nuestro grupo”, y los metamorfosea en enemigos reales o potenciales del orden y en gente que “necesita coerción” para “vivir dentro de la línea”. Además, los efectos indirectos son igualmente calamitosos. Por un lado, esa masa de población pobre constituye el semillero interior del reclutamiento del trabajo libre. Al proletarizarse, los componentes de esa población encaran este proceso como “promoción social” (y aquélla es, de hecho, una promoción, pues involucra la clasifi cación dentro del orden, a corto o mediano plazo). Esos candidatos rústicos al trabajo libre están listos para aceptar las peores manipulaciones represivas y deben pasar por un entrenamiento y por una socialización complejos para adquirir la naturaleza humana y la concepción del mundo del trabajador libre como categoría histórica. Por otro lado, la exclusión parcial o total y la apatía provocada retiran al grueso de la población de los confl ictos más o menos estratégicos en las relaciones de las clases asalariadas con las clases burguesas. Aquéllas dejan de tener un punto de apoyo estructural en las confrontaciones con los dueños del poder en la fábrica, en los barrios, en los sindicatos, en las manifestaciones públicas. Cualquiera sea el inconformismo del pueblo, éste no se convierte en fuerza política y no fortalece el poder de presión de las clases obreras, que quedan aisladas. O si no, la falta de alternativas del proletariado urbano-industrial lo lanza a los brazos de la demagogia de estratos burgueses pseudopopulistas, completándose, de esa manera, el circuito del aplastamiento del hombre pobre del campo y de la ciudad.