BLOQUE ZONA LIVRE em Construção

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quarta-feira, 11 de março de 2009

9ª PARTE - REFLEXIONES SOBRE LAS REVOLUCIONES INTERRUMPIDAS

, por Florestan Fernandes

La tendencia al envilecimiento del trabajo y del trabajador podría ser corregida por la incorporación de las faenas rurales al mercado o, indirectamente, por el desvío de una gran masa de trabajo del sector rural hacia el urbano. Esas variaciones no ocurrieron en los países en los que la situación neocolonial se prolongó indefi nidamente, y se presentaron de modo débil en los países que lograron absorber las transformaciones inherentes al capitalismo dependiente. En esos países, sólo tardíamente la universalización del mercado de trabajo alcanzó al campo, si bien lo ha hecho de modo parcial y deformado, ya que siempre persistía, de algún modo, el “residuo colonial” en la esfera del trabajo agrario.

Es obvio que el principal efecto de esa tendencia histórica afecta a la masa de los trabajadores agrarios, excluidos del mercado o que pasan por el mercado de manera asistemática: a la exclusión económica parcial o total corresponde la exclusión de todos los derechos y garantías sociales típicos de la sociedad burguesa. Por lo tanto, los términos de la ecuación son la exclusión de la posibilidad de organizarse como clase en sí, de un desarrollo como clase independiente y de la capacidad legal o de hecho para la lucha de clases. Esa es la base morfológica no sólo de la deshumanización de la persona del trabajador agrícola, sino también del empleo sistemático de técnicas sociales paternalistas, legales o policial-militares destinadas a convertir la exclusión parcial o total en capitulación pasiva y en apatía provocada y dirigida desde arriba. La dualidad ética, infi ltrada de esta forma en las relaciones de dominación, excluye a “los de abajo” de la condición de miembros de “nuestro grupo”, y los metamorfosea en enemigos reales o potenciales del orden y en gente que “necesita coerción” para “vivir dentro de la línea”. Además, los efectos indirectos son igualmente calamitosos. Por un lado, esa masa de población pobre constituye el semillero interior del reclutamiento del trabajo libre. Al proletarizarse, los componentes de esa población encaran este proceso como “promoción social” (y aquélla es, de hecho, una promoción, pues involucra la clasifi cación dentro del orden, a corto o mediano plazo). Esos candidatos rústicos al trabajo libre están listos para aceptar las peores manipulaciones represivas y deben pasar por un entrenamiento y por una socialización complejos para adquirir la naturaleza humana y la concepción del mundo del trabajador libre como categoría histórica. Por otro lado, la exclusión parcial o total y la apatía provocada retiran al grueso de la población de los confl ictos más o menos estratégicos en las relaciones de las clases asalariadas con las clases burguesas. Aquéllas dejan de tener un punto de apoyo estructural en las confrontaciones con los dueños del poder en la fábrica, en los barrios, en los sindicatos, en las manifestaciones públicas. Cualquiera sea el inconformismo del pueblo, éste no se convierte en fuerza política y no fortalece el poder de presión de las clases obreras, que quedan aisladas. O si no, la falta de alternativas del proletariado urbano-industrial lo lanza a los brazos de la demagogia de estratos burgueses pseudopopulistas, completándose, de esa manera, el circuito del aplastamiento del hombre pobre del campo y de la ciudad.