El dilema económico de América Latina consiste en que esa óptica burguesa no cuestiona históricamente la forma del desarrollo capitalista, sino que se mira hacia el modelo vigente en determinado momento del desarrollo capitalista (o hacia un modelo idealizado, a través del cual ciertas burguesías lograron su arranque industrial y la constitución de una sociedad de clases capaz de contener y regular el antagonismo central entre el capital y el trabajo). Ahora bien, la forma del desarrollo permitiría cuestionar lo que ya List había descubierto: el país o los países más fuertes tendrían un control del mercado mundial y ventajas crecientes en la acumulación capitalista. Los países que no pretendieran someterse a controles externos coloniales y semicoloniales o que quisieran escapar a una dependencia económica ruinosa tendrían que luchar por su autonomía de desarrollo capitalista. Por su parte, los modelos de desarrollo podían ser compartidos con las economías periféricas. En realidad, para que la colonización se realizara o para que la situación neocolonial y la situación de dependencia produjeran frutos, resultaba imperioso compartir el modelo, por lo menos en la medida y en los límites en que las economías coloniales, neocoloniales y dependientes tuvieran que encajarse en las estructuras y en los dinamismos económicos del centro o de los centros dominantes. Ello no signifi caba que, en determinado momento, alcanzarían el desarrollo de dichos centros, lo igualarían y lo superarían. Porque, en las situaciones coloniales, neocoloniales y de dependencia, esto era imposible (y hasta el día de hoy, según Baran, sólo ha sucedido en los Estados Unidos y en Japón, y por motivos que no son intrínsecos a esas situaciones y tienen que ver con la ruptura política respecto a ellas y su disgregación deliberada, como parte del “cálculo económico racional” y de la “razón política nacional independiente”). Lo que ocurrió en América Latina, a escala universal, fue que los estamentos dominantes y privilegiados prefi rieron optar por la línea más fácil de sus intereses y ventajas, dándoles prioridad total a las soluciones económicas montadas en el período colonial, con todas sus aberraciones. Hicieron el célebre “gran negocio” con referencia a las respectivas naciones en eclosión histórica, alineándose con Inglaterra o con otros países para compartir con esos centros la explotación de sus propios pueblos. Hoy en día está de moda la palabra “cooptación” y se podría decir, blandamente, que “fueron cooptados desde afuera”. Pero esto no sería verdad. En su horizonte intelectual, económico y político, las elites de esos estamentos no veían, colectivamente, en la Nación independiente una salida histórica. Ésta fue arrojada hacia un futuro remoto y se empezó a construir un mundo capitalista neocolonial (que, en unos pocos países, sirvió de base para el fl orecimiento ulterior del capitalismo dependiente).
Esto signifi ca que el dilema económico expresado a través del capitalismo neocolonial y del capitalismo dependiente no fue un simple producto de las corrientes de la historia moderna. Los países europeos (y más tarde los Estados Unidos) no impusieron nada que fuera inevitable. Las fuerzas movilizadas para lucharcontra las dos metrópolis fueron desmovilizadas por los sectores civiles y militares. Esto comenzó a preocupar a aquellas elites de manera sustancial; fue como impedir que la herencia colonial se disgregara, se escabullera entre sus dedos. No se podrá decir que tal opción tendría valor y vigencia para siempre. Sin embargo, hoy en día, bajo el capitalismo monopolista e imperialista, está claro que por sí mismo el desarrollo capitalista no ofrecerá nuevas alternativas a las naciones latinoamericanas que se encuentran en situación neocolonial o en situación de dependencia. Ellas podrán pasar por los períodos de las economías centrales —y esto está ocurriendo en las principales economías y sociedades de la región—, pero esos períodos no podrán reproducir los mismos efectos, porque el contexto histórico, la estructura de la economía, de la sociedad y del Estado, son diversos bajo la forma neocolonial o dependiente de desarrollo capitalista. México, Argentina, Brasil, Uruguay y Chile, sin hablar de los países que no han roto las barreras neocoloniales hasta hoy, por ejemplo, indican claramente todo esto. Cuando prematuramente la presión de abajo hacia arriba se intensifi có de modo revolucionario, la misma fue aniquilada, aplastada, y sirvió de pretexto para modalidades políticas de autodefensa de la burguesía que recuerdan la autocracia y el despotismo. Por otro lado, en la medida en que el período de la formación del proletariado alcanzó mayor madurez y trató de organizarse para desarrollarse como clase independiente, el proceso fue contenido, interrumpido o interceptado por la violencia organizada. En consecuencia, las fuerzas sociales, que podrían funcionar como contrapeso y poner en la escena histórica el problema de la forma del desarrollo capitalista, ni siquiera han podido hacerlo. Las tenazas de la historia son cerradas por las manos de los hombres: los hombres que están en el poder, dentro de las empresas, de las instituciones sociales y del Estado, y que no ven otra cosa a no ser lo que pueden extraer del botín, aliados con socios de varias categorías sociales de adentro y de afuera.
Por tal motivo, elegí el concepto de “transformación capitalista” con el cual trabaja Lukács, y puse el énfasis en los límites que aquélla sufre inevitablemente. No quiero decir con esto que la revolución burguesa haya fracasado, como incluso piensan algunos científi cos sociales de reconocidos méritos, liberales o de izquierda. El punto más grave, que se confi guró en las naciones latinoamericanas de mayor envergadura económica, demográfica y política, es que la revolución burguesa acabó defi niéndose y desatándose por la cooperación con el polo externo y a través de iniciativas modernizadoras valiosas, desencadenadas por el polo externo. El Estado autocrático burguês (o como otros lo prefi eren, el Estado neocolonial, o incluso Estado de seguridad nacional) acabó siendo el eslabón mediador por el cual una revolución que dejó de ser hecha por decisión histórica está caminando por la senda de la modernización dirigida y autocrática y por la transformación de estructuras previamente encauzadas o esterilizadas. En realidad, en la medida en que la forma del desarrollo capitalista no era tocada por los intereses mayores, el nuevo modelo de desarrollo capitalista tenía que conducir en esa dirección. El mismo es internacionalizante por contingencia histórica (la lucha de vida o muerte con las naciones socialistas) y por su dinamismo interno (el capitalismo de la era del imperialismo, que tiende a unificarla autodefensa y la seguridad de la empresa mundial en la esfera de la producción, del mercado y de las fi nanzas). Por lo tanto, la burguesía externa sacudió la apatía y las ilusiones de progreso espontáneo que tenía la burguesía neocolonial y dependiente, y la revolución burguesa se profundizó, literalmente, como una catástrofe histórica. La periferia verdadera del capitalismo monopolista avanzado está siendo construida ahora, en nuestros días. La misma será profundamente modernizadora, provocará transformaciones nunca antes soñadas de la economía industrial y de la sociedad de clases. Empero, para mantener el desarrollo desigual y combinado, en términos de las ventajas estratégicas de las clases burguesas, del centro y de la periferia, tendrá que despojar a la revolución burguesa de los atributos que han defi nido su grandeza histórica en la evolución de la civilización moderna.
Esto signifi ca que el dilema económico expresado a través del capitalismo neocolonial y del capitalismo dependiente no fue un simple producto de las corrientes de la historia moderna. Los países europeos (y más tarde los Estados Unidos) no impusieron nada que fuera inevitable. Las fuerzas movilizadas para lucharcontra las dos metrópolis fueron desmovilizadas por los sectores civiles y militares. Esto comenzó a preocupar a aquellas elites de manera sustancial; fue como impedir que la herencia colonial se disgregara, se escabullera entre sus dedos. No se podrá decir que tal opción tendría valor y vigencia para siempre. Sin embargo, hoy en día, bajo el capitalismo monopolista e imperialista, está claro que por sí mismo el desarrollo capitalista no ofrecerá nuevas alternativas a las naciones latinoamericanas que se encuentran en situación neocolonial o en situación de dependencia. Ellas podrán pasar por los períodos de las economías centrales —y esto está ocurriendo en las principales economías y sociedades de la región—, pero esos períodos no podrán reproducir los mismos efectos, porque el contexto histórico, la estructura de la economía, de la sociedad y del Estado, son diversos bajo la forma neocolonial o dependiente de desarrollo capitalista. México, Argentina, Brasil, Uruguay y Chile, sin hablar de los países que no han roto las barreras neocoloniales hasta hoy, por ejemplo, indican claramente todo esto. Cuando prematuramente la presión de abajo hacia arriba se intensifi có de modo revolucionario, la misma fue aniquilada, aplastada, y sirvió de pretexto para modalidades políticas de autodefensa de la burguesía que recuerdan la autocracia y el despotismo. Por otro lado, en la medida en que el período de la formación del proletariado alcanzó mayor madurez y trató de organizarse para desarrollarse como clase independiente, el proceso fue contenido, interrumpido o interceptado por la violencia organizada. En consecuencia, las fuerzas sociales, que podrían funcionar como contrapeso y poner en la escena histórica el problema de la forma del desarrollo capitalista, ni siquiera han podido hacerlo. Las tenazas de la historia son cerradas por las manos de los hombres: los hombres que están en el poder, dentro de las empresas, de las instituciones sociales y del Estado, y que no ven otra cosa a no ser lo que pueden extraer del botín, aliados con socios de varias categorías sociales de adentro y de afuera.
Por tal motivo, elegí el concepto de “transformación capitalista” con el cual trabaja Lukács, y puse el énfasis en los límites que aquélla sufre inevitablemente. No quiero decir con esto que la revolución burguesa haya fracasado, como incluso piensan algunos científi cos sociales de reconocidos méritos, liberales o de izquierda. El punto más grave, que se confi guró en las naciones latinoamericanas de mayor envergadura económica, demográfica y política, es que la revolución burguesa acabó defi niéndose y desatándose por la cooperación con el polo externo y a través de iniciativas modernizadoras valiosas, desencadenadas por el polo externo. El Estado autocrático burguês (o como otros lo prefi eren, el Estado neocolonial, o incluso Estado de seguridad nacional) acabó siendo el eslabón mediador por el cual una revolución que dejó de ser hecha por decisión histórica está caminando por la senda de la modernización dirigida y autocrática y por la transformación de estructuras previamente encauzadas o esterilizadas. En realidad, en la medida en que la forma del desarrollo capitalista no era tocada por los intereses mayores, el nuevo modelo de desarrollo capitalista tenía que conducir en esa dirección. El mismo es internacionalizante por contingencia histórica (la lucha de vida o muerte con las naciones socialistas) y por su dinamismo interno (el capitalismo de la era del imperialismo, que tiende a unificarla autodefensa y la seguridad de la empresa mundial en la esfera de la producción, del mercado y de las fi nanzas). Por lo tanto, la burguesía externa sacudió la apatía y las ilusiones de progreso espontáneo que tenía la burguesía neocolonial y dependiente, y la revolución burguesa se profundizó, literalmente, como una catástrofe histórica. La periferia verdadera del capitalismo monopolista avanzado está siendo construida ahora, en nuestros días. La misma será profundamente modernizadora, provocará transformaciones nunca antes soñadas de la economía industrial y de la sociedad de clases. Empero, para mantener el desarrollo desigual y combinado, en términos de las ventajas estratégicas de las clases burguesas, del centro y de la periferia, tendrá que despojar a la revolución burguesa de los atributos que han defi nido su grandeza histórica en la evolución de la civilización moderna.
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