, por Florestan Fernandes
EL PROBLEMA DE LA DESCOLONIZACIÓN
La orientación predominante en las clases privilegiadas de América Latina consiste en confundir la disgregación del antiguo régimen colonial con la descolonización como proceso histórico-social. De esta manera se procede a una mistifi cación que se desenvuelve, en mayor o menor grado, en todos los países, pero que principalmente se manifi esta de manera acentuada en los diversos países que aún se encuentran en el período de transición neocolonial. El desengaño se ha llevado a cabo, en términos científi cos, a través de la teoría del colonialismo interno; en el plano de la lucha de clases y de la oposición política articulada, la misma aparece bajo las banderas del combate al “feudalismo”, a las estructuras arcaicas de producción, y sobre todo del antiimperialismo. ¡Algo es mejor que nada! Sin embargo, la teoría del colonialismo interno les concede a las clases dominantes una ventaja estratégica: ella descuida por demás la necesidad de una investigación rigurosa de las formas de estratificación enlazada al capitalismo neocolonial y al capitalismo dependiente, y coloca la lucha de clases propiamente dicha en un segundo plano, concentrando el impacto sobre los efectos constructivos del cambio social espontáneo, del desarrollismo y, en particular, de la secularización y de la racionalización inherentes a la expansión del urbanismo y del industrialismo. Por lo tanto, en aquello en lo que se presenta como una teoría crítica, la misma se polariza como una manifestación intelectual del radicalismo burgués y del nacionalismo reformista. El combate político a los remanentes feudales o al feudalismo persistente y al revolución burguesa tiene un carácter de ruptura más pronunciado. De hecho, el mismo se vincula con un intento de las vanguardias de izquierda por informarse acerca de la dinamización de las transformaciones dentro del orden relacionadas con la revolución burguesa (esas transformaciones fueron descritas en Europa como “revoluciones” y son las que marcan el avance de la revolución burguesa: la revolución agraria, la revolución urbana, la revolución industrial, la revolución nacional y la revolución democrática). En términos tácticos, el intento se detiene en el nivel de los conflictos que se dan en el seno de las clases dominantes: poner a las facciones de la burguesía estructuradas en la producción latifundista y en el sector de la exportación o insertas en la dominación externa, en contra de las facciones estructuradas en la expansión del mercado interno y de la industria. En consecuencia, ésta no contribuye a adecuar lateoría de las clases sociales y de la lucha de clases a las condiciones concretas de los países en situación neocolonial o de capitalismo dependiente, y contribuye muy mal con la exposición de las reivindicaciones de los trabajadores del campo y de la ciudad en un lenguaje específi camente socialista y revolucionario. Por lo tanto, también ha desembocado en la órbita del reformismo burgués, aunque no se pueda subestimar su importancia en cuanto a la movilización política de sectores de la población pobre y trabajadora sistemáticamente excluidos de la cultura cívica y de la sociedad civil, así como en lo que respecta a la impregnación nacionalista y radical-democrática de algunos sectores de las clases medias o incluso de las clases altas.
Lo grave es que el problema de la descolonización no fue —y continúa no siendo— planteado como y en tanto tal. El mismo es diluido y desintegrado como si no existiera, y sustantivamente como si lo que importara fueran sólo las debilidades congénitas del capitalismo neocolonial y del capitalismo dependiente. Sombart demostró que el capitalismo puede transformarse, agotando épocas bien marcadas y manteniendo, no obstante, espacio histórico y económico para la supervivencia y la revitalización de formas superadas de producción y de intercambio. Se podría pensar, desde los países centrales, que éstos serían “nichos” de formas arcaicas u obsoletas de capitalismo, funcionales a los arreglos modernos y más avanzados del desarrollo capitalista. Este razonamiento no se aplica del mismo modo a la periferia, principalmente a los países que se encuentran en situaciones neocoloniales específicas o a los que, estando en situaciones de capitalismo dependiente, no reciben de las economías centrales fuertes dinamismos de crecimiento económico o no pueden compatibilizar tales dinamismos con el crecimiento del mercado interno. Aquí, la descolonización constituye una categoría histórica enmascarada por la dominación burguesa (tanto la nacional como la imperialista: ambas tienen intereses convergentes en crear ilusiones o mitos sociales). En lugar de un ataque abstracto al colonialismo interno, a los elementos feudales parciales o globales y al imperialismo, convenía darle énfasis a la descolonización que no se realiza—ni puede realizarse— dentro del capitalismo neocolonial y del capitalismo dependiente. He aquí el quid de la cuestión. Llevar la descolonización hasta sus últimas consecuencias es una bandera de lucha análoga a la revolución nacional y a la revolución democrática —y esa reivindicación debería hacerse en términos socialistas, aunque con vistas a la “aceleración de la revolución burguesa”. Parece evidente que la descolonización no puede ser contenida en esos límites y que, en la acción práctica, en lugar de acelerar la revolución burguesa, fomenta la “desestabilización” y la evolución de situaciones revolucionarias hasta puntos críticos. A pesar de todo, en la periferia el socialismo cumple la función de calibrar los dinamismos revolucionarios del orden existente por los problemas y dilemas sociales que las burguesías no intentaron enfrentar y resolver, por no ser de su interés de clase en las formas de desarrollo capitalista inherentes al semicolonialismo y a la dependencia.
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