El tercer aspecto plantea, de hecho, el problema de la revolución en el contexto histórico actual de América Latina. Es un error pensar que la burguesía puede moverse con cierta libertad a través de una posible “reforma del capitalismo”. La principal lección de Cuba es esa. Este país le muestra al resto de América Latina cuál es el camino que puede y debe ser seguido en el presente, presumiblemente en condiciones diversas y mucho más difíciles. La “revolución burguesa atrasada” tiene tres polos distintos: un fuerte polo económico, fi nanciero y tecnológico internacional; un polo burgués nacional dispuesto a correr el riesgo de la “profundización de la dependencia” y lo sufi cientemente audaz como para explotar esa “última vía” de la transformación capitalista en las condiciones tan inhumanas de la región; una forma absolutista de Estado burgués, tan fl exible como para hablar varios lenguajes políticos y tan fuerte como para oscilar rápidamente, al calor de las circunstancias, de la dictadura militar con respaldo civil hacia la “democracia ritual” con respaldo militar. Esos tres polos tienen que relacionarse de modo mucho más complejo que aquel que se evidenció en Cuba bajo la República títere. A medida que la industrialización masiva, la modernización acelerada y el desarrollo concentrador se vayan liberando de los controles rígidos de los períodos de implementación y de maduración, sus efectos, su signifi cado global y todo el conjunto de políticas a las que aquéllos responden tendrán que ser cuestionados. El “diálogo sordo” del diktat tendrá que ser reemplazado, a veces más rápidamente de lo que les gustaría a las clases burguesas, y por sobre las posibilidades de “disuasión pacífi ca” del Estado, por el diálogo verdadero. Por mayor que sea la masifi cación de la cultura política dirigida, las clases trabajadoras se harán cargo de los canales de diálogo verdadero y el “capitalismo reformado” probará su inconsistencia básica. La perspectiva será la de una existencia dolorosa, con la República títere sujeta de manera permanente a varios endurecimientos sucesivos, a una escala ampliada con respecto de lo que sucedió en Cuba desde el ascenso de Machado hasta la caída de Batista. Al recurrir a cambios de carácter revolucionario, sin ser una clase revolucionaria, la burguesía acepta ese peligro extremo mal evaluado por falta de perspectiva política. El inmediatismo es casi siempre ciego. Éste lleva al cálculo de que “quien puede más llora menos”. Pero quien “puede más” por algunos años, o incluso por mucho tiempo, acaba por “poder menos”. Quien no crea en ese razonamiento, que observe el desastre sufrido por la burguesía cubana y por los Estados Unidos desde 1959 hasta 1962, en la veloz evolución de la Revolución Cubana.
Esta discusión puede parecer biased o “ideológicamente contaminada”. De hecho, se corresponde positivamente con ciertos valores, con la explicitación necesaria de intereses y de ideales políticos que comparto. Sin embargo, no fui yo quien los puso en el centro de la historia. Sería absurdo pretender analizar una situación histórica tan compleja ignorando todas las fuerzas que exceden la defensa activa o violenta del orden. Ahora bien, todas las fuerzas —contrarrevolucionarias y revolucionarias— merecen ser tenidas en cuenta; ignorar estas últimas equivale a no estar interesado en el futuro… La revolución burguesa atrasada no tiene envergadura para enfrentar y resolver tareas que la revolución burguesa “clásica” sólo ha solucionado parcialmente, en Europa y en los Estados Unidos, en un contexto histórico producido en gran parte por el poder colectivo de acción innovadora y constructiva de la burguesía en ascenso o en consolidación como clase dominante. Además, recién ahora se delinea estructuralmente la capacidad de acción organizada y de presencia colectiva contestataria de las clases desposeídas y oprimidas de América Latina, en lucha por la condición de clase en sí pero con potencial para convertirse rápidamente en clase revolucionaria. Desde una perspectiva “multinacional”, y a partir de una “óptica capitalista conservadora”, parece que las clases burguesas podrán remontarse, desde la propia situación histórica. Se necesitaría solamente soportar la “aceleración del desarrollo”, el momento más difícil, para más adelante poder “ofrecerles a todos recolectar más frutos”. Sucede que ésa no es la historia que parece estar en proceso real. ¿Qué signifi ca ofrecer más y cuánto podrán todos recoger en las funciones de legitimación de un régimen capitalista que tiene que comprar las conciencias de sus enemigos de clase y debe recurrir permanentemente al consentimiento impuesto? Es cierto que el modelo de desarrollo capitalista monopolista le da un respiro a la burguesía. Sin embargo, ese respiro no puede compensar la socavación de la posición de clase dominante que se procesa (y que crece geométricamente) gracias a la forma persistente de desarrollo capitalista dependiente. Se confi gura, así, una muralla china para la burguesía, digamos, el equivalente a su castillo feudal. Ésta está atrapada y a merced de la presión de los de abajo, lo que se hará sentir mejor desde el momento en que los efectos positivos y negativos de la industrialización masiva, de la modernización acelerada y del desarrollo concentrador funcionen como factor explosivo de recuperación histórica de situaciones revolucionarias congeladas por la fuerza bruta.
Esta discusión puede parecer biased o “ideológicamente contaminada”. De hecho, se corresponde positivamente con ciertos valores, con la explicitación necesaria de intereses y de ideales políticos que comparto. Sin embargo, no fui yo quien los puso en el centro de la historia. Sería absurdo pretender analizar una situación histórica tan compleja ignorando todas las fuerzas que exceden la defensa activa o violenta del orden. Ahora bien, todas las fuerzas —contrarrevolucionarias y revolucionarias— merecen ser tenidas en cuenta; ignorar estas últimas equivale a no estar interesado en el futuro… La revolución burguesa atrasada no tiene envergadura para enfrentar y resolver tareas que la revolución burguesa “clásica” sólo ha solucionado parcialmente, en Europa y en los Estados Unidos, en un contexto histórico producido en gran parte por el poder colectivo de acción innovadora y constructiva de la burguesía en ascenso o en consolidación como clase dominante. Además, recién ahora se delinea estructuralmente la capacidad de acción organizada y de presencia colectiva contestataria de las clases desposeídas y oprimidas de América Latina, en lucha por la condición de clase en sí pero con potencial para convertirse rápidamente en clase revolucionaria. Desde una perspectiva “multinacional”, y a partir de una “óptica capitalista conservadora”, parece que las clases burguesas podrán remontarse, desde la propia situación histórica. Se necesitaría solamente soportar la “aceleración del desarrollo”, el momento más difícil, para más adelante poder “ofrecerles a todos recolectar más frutos”. Sucede que ésa no es la historia que parece estar en proceso real. ¿Qué signifi ca ofrecer más y cuánto podrán todos recoger en las funciones de legitimación de un régimen capitalista que tiene que comprar las conciencias de sus enemigos de clase y debe recurrir permanentemente al consentimiento impuesto? Es cierto que el modelo de desarrollo capitalista monopolista le da un respiro a la burguesía. Sin embargo, ese respiro no puede compensar la socavación de la posición de clase dominante que se procesa (y que crece geométricamente) gracias a la forma persistente de desarrollo capitalista dependiente. Se confi gura, así, una muralla china para la burguesía, digamos, el equivalente a su castillo feudal. Ésta está atrapada y a merced de la presión de los de abajo, lo que se hará sentir mejor desde el momento en que los efectos positivos y negativos de la industrialización masiva, de la modernización acelerada y del desarrollo concentrador funcionen como factor explosivo de recuperación histórica de situaciones revolucionarias congeladas por la fuerza bruta.
Nenhum comentário:
Postar um comentário